Nicolás

 
 

Nicolás, la llama que se convirtió en colibrí

Había una vez una llama muy especial que vivía dentro de una de las velas de un pastel de cumpleaños. No era una llama cualquiera: era inquieta, curiosa, y lo que más deseaba en el mundo era ser encendida. No podía con la emoción, chisporroteaba de impaciencia mientras encendían a sus compañeras una por una. Cuando al fin le llegó el turno, se alzó más vivaz que todas, bailando como un torbellino.

La llama se movía de un lado a otro, tratando de no perderse ni un solo detalle: las risas de los niños, los abrazos de la familia, la emoción que brillaba en el rostro del cumpleañero. Era feliz... y traviesa. Cuando Elián, el cumpleañero, sopló para apagar las velas, ella esquivó el soplo, se escondió detrás de la cera, y hasta parecía jugar con el viento. Cuanto más se reía la gente, más creía y más brillaba.

Entonces, un grupo de niños se acercó decidido a apagarla juntos: "¡Uno, dos, tr...!" Pero justo en ese momento, un sonido interrumpió todo: el suave canto de un violín comenzó a llenar el salón. Un familiar músico había entrado tocando "Las Mañanitas", y Elián, con los ojos brillantes, corrió a abrazarlo emocionado.

Toda la atención se desvió hacia la música. El pastel quedó atrás, con la velita encendida, tratando de ver pero atrapada entre espaldas y risas. La llama se estiró todo lo que pudo, intentando ver el momento, pero no alcanzaba. Y entonces lo comprendió: si quería ir más allá, tenía que hacer algo diferente. Tenía que confiar, soltar el hilo, y transformarse. El sol calentaba el salón y por la ventana se colaban los sonidos de la ciudad: el parque cercano, los autos, las ramas que se movían, el vendedor de nieves, los columpios que chirriaban, y los pájaros trinando. "¡Qué mundo tan grande hay allá afuera!", pensó la llama. Se dejó llevar por la música del violín, y con todas sus fuerzas, agitó su fuego hasta el último segundo de vela.

Un pequeño tronido se escuchó: la vela se había terminado... pero el fuego seguía. Donde antes había una llama, ahora flotaba un colibrí pequeño de fuego, lleno de vida, con las alas vibrando y los ojos encendidos de alegría.

El violín calló. Todos miraban asombrados. El colibrí se río divertido al ver las caras sorprendidas de los niños y, sin pensarlo, se echó a volar por encima de todos, encendiendo el resto de las velas del pastel con un suave roce.

Finalmente se posó frente a Elián, que con una sonrisa inmensa le dijo: —Te llamaré Nicolás, por tu espíritu valiente y lleno de magia.

Desde aquel día, el colibrí de fuego aparece en los momentos especiales de CADeT, llevando mensajes, sorpresas y mucha alegría a los niños que siguen su corazón. ¡Y así fue como una pequeña llama se convirtió en algo más grande que ella misma!